sábado, 13 de agosto de 2011

Resumen madrugada 13 de agosto del 2011


En esta madrugada fuimos convocados dieciséis compadres para celebrar que somos felices cuando depositamos en Dios toda nuestra confianza;  como niños.


Jesús dice - “Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los que son como ellos es el reino de los cielos”. Mateo 19:14

Estas palabras de Jesús suenan como un ligero reclamo. Para un adulto las “cosas de niños” representan un segundo plano, como si no fueran tan importantes. Cuando avanzamos en años, y con la experiencia de la vida, comenzamos a ver las “cosas de niños” como comportamientos superados.

Por nuestras ansias de dejar atrás todo infantilismo nos olvidamos de todo lo bueno que tiene la niñez: como la pureza, la simplicidad, la sinceridad de sentimientos, que son justamente las virtudes que Jesús más valora.
Si somos complicados, ambiguos o poco coherentes, ¿no será porque no sabemos conservar ni hemos valorado el tesoro de nuestra infancia?

Jesús, ve en los niños el reflejo del Reino de los Cielos, porque su conocimiento es todavía puro. Es un tabernáculo interior donde el mal y el pecado no pueden penetrar. La felicidad de los niños, su desenvoltura y su espontaneidad no son sólo manifestación de inconsciencia, ingenuidad o infantilismo, como diríamos nosotros.

Vivimos amargados, con demasiadas angustiadas por los problemas de la vida moderna; entre problemas económicos, por la escasez de los trabajos o problemas familiares, que creemos tener el deber de resolver todo solos, olvidándonos que Dios está presente siempre y nos ayuda.

Sin embargo, esta actitud toma otra dimensión cuando miramos y buscamos a Dios, como lo haría un niño que requiere de ayuda; este deposita su confianza en su ser más cercano.

Somos más felices cuando ponemos en Dios Padre toda nuestra confianza y nuestra seguridad. Si fuéramos más fieles a nuestra fe, y dejásemos a Él el timón de nuestra vida, encontraríamos de nuevo la serenidad y el tesoro escondido de nuestra infancia.

Recordemos que el Señor nos quiere enseñar a través de esta comparación el amor incondicional, la esperanza, la fe, la confianza, la falta de preocupación, la obediencia, pero sobre todo nos enseña la confianza total en lo que debemos creer, porque en los niños no hay ansiedad, no hay sufrimiento  anticipados, no hay murmuraciones innecesarias. 

Un niño sabe lo que pide, cree ciegamente en la protección, sabe descansar creyendo sin temor y confiando sin temer.

Regresemos al Padre con corazón de niño.

Un abrazo fraternal,


Pedro E. Torres Cartagena
Madrugador de María
Cayey, Puerto Rico

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