domingo, 20 de noviembre de 2011

Resumen Madrugada del 19 de noviembre del 2011

(Ponce) Señor, Tú eres un Dios de vivos no de muertos, por eso te pedimos que nos muestres en esta ocasión cómo podemos aprovechar cada minuto de nuestras vidas para crecer espiritual y apostólicamente, camino seguro para alcanzar la santidad. Fuimos veintiséis madrugadores convocados por nuestra Mater a la alabaza y adoración de nuestro salvador Jesucristo en esta mañana del 19 de noviembre del 2011. Dios nuestro, haznos poner todas nuestras esperanzas y esfuerzos en alcanzar el cielo.
En esta ocasión compartimos en santo evangelio según san Lucas (18, 1-8) y nos habló de la resurrección.
Nos dice nuestro Papa Benedicto XVI, en su Encíclica Spe salvi, n. 10; ¿De verdad queremos esto: vivir eternamente? Tal vez muchas personas rechazan hoy la fe simplemente porque la vida eterna no les parece algo deseable. En modo alguno quieren la vida eterna, sino la presente y, para esto, la fe en la vida eterna les parece más bien un obstáculo. Seguir viviendo para siempre –sin fin– parece más una condena que un don. Ciertamente, se querría aplazar la muerte lo más posible. Pero vivir siempre, sin un término, sólo sería a fin de cuenta aburrida y al final insoportable. Esto es lo que dice precisamente, por ejemplo, el Padre de la Iglesia Ambrosio en el sermón fúnebre por su hermano difunto Sátiro: “Es verdad que la muerte no formaba parte de nuestra naturaleza, sino que se introdujo en ella; Dios no instituyó la muerte desde el principio, sino que nos la dio como un remedio. En efecto, la vida del hombre, condenada por culpa del pecado a un duro trabajo y a un sufrimiento intolerable, comenzó a ser digna de lástima: era necesario dar un fin a estos males, de modo que la muerte restituyera lo que la vida había perdido. La inmortalidad, en efecto, es más una carga que un bien, si no entra en juego la gracia”. Y Ambrosio ya había dicho poco antes: “No debemos deplorar la muerte, ya que es causa de salvación”.

La resurrección era un tema controvertido entre los judíos. No había un dogma, por eso los saduceos no lo creían. Sin embargo, los fariseos estaban convencidos de esta doctrina. También San Pablo utilizará el argumento de la resurrección para poner a los fariseos de su parte cuando era juzgado por Ananías (Hechos de los apóstoles 23, 6-9). Creer o no creer en la resurrección da lugar a dos estilos de vida. Los que buscan la felicidad sólo en esta tierra y los que tienen los ojos puestos en la eternidad.

Pero vamos a detenernos en el punto que origina la discusión: ¿habrá matrimonios en el cielo? Interesante pregunta. Ello nos lleva a profundizar en el fin último del matrimonio.

Cuando un hombre y una mujer se casan movidos por un amor auténtico buscan, sobre todo, hacer feliz a la otra persona y formar una familia. Por eso no escatiman los detalles que pueden hacer la vida más agradable a la pareja: un beso, un regalo, una atención, unos momentos de diálogo íntimo. Pero, si realmente quieren darle lo mejor a la persona amada deben buscar lo que realmente le hará feliz, lo que va a colmar plenamente su corazón. No se quedarán en lo pasajero de esta vida, sino que querrán darle el Bien Máximo, es decir, a Dios. Es el mejor regalo que pueden hacerse unos esposos: procurar por todos los medios que la otra persona tenga a Dios. Porque Dios es el Bien mismo y la fuente de toda felicidad.

Procuremos que sea nuestro verdadero sentir el buscar la felicidad en esta tierra y tener los ojos bien puestos en la eternidad.

Tomamos unos minutos para reflexionar acerca del evangelio, en la oración y pensando que cuando elevemos una oración al Padre todopoderoso, junto a nosotros se encuentra Jesús. 

Luego nuestro madrugador de Ponce, el señor Braulio Mejias nos habló acerca de las virtudes humanas y cristianas, nos decía que para crecer como personas necesitamos, al igual que un atleta, ejercitarnos todos los días en aquellas cualidades humanas que nos perfeccionan.  Es necesario que las practiquemos con esfuerzo y dedicación todos los días, hasta que formemos el hábito, o la costumbre de ser mejores personas, y desarrollar estas cualidades personales que se le conoce como virtudes.

Las virtudes deben ser conquistadas con esfuerzo y dedicación de parte de la persona que quiere adquirirlas.  La persona que quiera formar las virtudes tendrá que ejercitar su inteligencia y su voluntad.
¿Y porque la inteligencia? La inteligencia es la facultad que nos permite pensar, reflexionar y comprender.  Además la inteligencia busca la verdad.   Sabemos que en la vida todo cuesta esfuerzo.  Así como a la inteligencia hay que formarla y educarla desde que somos pequeños, la voluntad del ser humano también tiene que ejercitarse, haciendo todos los días muchos esfuerzos porque la voluntad busca el bien.
Las virtudes humanas son las que nos ayudan a ser mejores personas.  Nos ayudan a crecer como seres humanos, como son la generosidad y la honradez;  el orden y la responsabilidad;  la fortaleza y la sinceridad entre otras. Las virtudes cristianas son las que nos ayudan a llevar verdaderamente a Dios a ser mejores cristianos. Entre estas virtudes se encuentran  la caridad y la castidad; la humanidad y el perdón; la pureza; la abnegación.

La humanidad es la virtud moral por la que el hombre reconoce que de si mismo obtiene nada y el pecado.  Todo proviene de Dios a través de los dones, de quien todos dependemos y a quien debemos toda la gloria.  El hombre humilde no aspira a la grandeza personal que el mundo admira porque ha descubierto que ser hijo de Dios tiene un valor superior.  El ser humano va tras otros tesoros.  No está en competencia.  Se ve a sí mismo y al prójimo ante Dios.  Es libre para estimar,  dedicarse al amor y al servicio sin desviarse en juicios que no le pertenecen.  La humanidad nos libera de la arrogancia, la altanería, el egoísmo, la grandeza, la importancia, el lujo, el orgullo, la soberbia y la vanagloria.

La generosidad es la virtud y el valor humano relacionado con el hábito de dar y entender a los demás, con altruismo y filantropía.  Hace pensar y actuar a favor del prójimo, buscando aportar un beneficio a través de la intervención desinteresada, poniendo el bienestar de quienes nos rodean por encima de los intereses personales.  La generosidad nos ayuda contra la avaricia, la codicia, el egoísmo, la mezquindad, la miseria y la tacañería.

La castidad es la virtud que gobierna y modera el deseo del placer sexual según los principios de la fe y la razón.  Por la castidad la persona adquiere dominio de su sexualidad y es capaz de integrarla en una sana personalidad, en la que el amor de Dios reina sobre todo.  Por tanto no es una negación de la sexualidad.  Es un fruto del espíritu santo.  La castidad consiste en el dominio de sí, en la capacidad de orientar el instinto sexual al servicio del amor y de integrarlo en el desarrollo de la persona. La castidad nos ayuda contra el desenfreno, el erotismo, la impureza, la indecencia, la lascivia, el libertinaje, la lujuria y la obscenidad.

La paciencia es la virtud que nos hace tolerar, comprender, soportar muchas veces los contratiempos con fuerza, sin lamentarnos.  Nos ayuda a saber esperar, a actuar, a hablar de manera adecuada en cada momento.  En fin hay muchas otras situaciones que nos llevan a perder la virtud de la paciencia.  Debemos saber que el crecer en esta virtud nos llevara a mantener y mejorar nuestra relación con los que nos rodean, familia, compañeros de trabajo, amigos que nos ayudara también a obtener mejores resultados y a sentirnos muy bien porque el esfuerzo realizado tiene sus buenos frutos. La paciencia nos libera de la angustia, la ansiedad, los arrebatos, el desasosiego, el desespero, el enojo, la indignación, la inquietud, la intolerancia, la intranquilidad.

La templanza es la virtud que modera y ordena la atracción de los placeres y procura el equilibrio en el uso del os bienes creados.  Asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos.  La templanza implica diferentes virtudes como son la castidad, la sobriedad, la humildad y la mansedumbre. La templanza nos libera del abuso, la aspereza, el desenfreno, la desesperación, la dureza, el exceso, la glotonería, la imprudencia, la inclemencia, la indiscreción, la ira y la temeridad.

La caridad es la virtud que da sentido a todas las demás virtudes. Es la forma, el fundamento, la raíz y la madre de todas las demás virtudes.  Sin caridad no hay virtudes autenticas. La caridad es la virtud que nos conduce a amar a los demás hombres sin excepción como a nosotros mismos, buscando de manera habitual el bien de pensamiento, actitudes, palabras y acciones, traduciéndolo en acciones concretas de servicio a los demás. Es el centro la esencia y la perfección de cualquier vida cristina, ya que en la práctica de la caridad se condesan todas las enseñanzas de Jesucristo. La caridad nos libera del desamparo, el egoísmo, la envidia, la impiedad, el interés, la maldad.

La diligencia es la virtud cardinal con la que se combate la pereza.  La diligencia procede del latín “diligere” que significa “amar”, pero en un concepto más vago que de su similar latín “Amare” que es más general.  Forma parte de la virtud de la caridad ya que está motivada por el amor.  La diligencia en sentido más alto, es el esmero y el cuidado en ejecutar algo.  Una prontitud de hacer algo con gran agilidad tanto interior como exterior.  Como toda virtud se trabaja, netamente poniéndola en práctica. Lo contrario a la diligencia es el descuido, el “ahí se va”, el mas o menos, la informalidad, la imprudencia, la desidia, la desgana, la haraganería, la ociosidad la lentitud. Todas estas son síntoma de una persona que ama poco, que ama pálidamente y que ama a cuentagotas.

Cuando se practican las virtudes nos garantizan el cielo.  Cuando haya pasado la figura de este mundo, los que hayan acogido a Dios en su vida y se hayan abierto sinceramente a su amor, por lo menos en el momento de la muerte, podrán gozar de la plenitud de comunión con Dios, que constituye la meta de la existencia humana. La vida perfecta con la santísima trinidad, la comunión de vida y de amor con ella, con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados se llama “el cielo”.  El cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha. Lo contrario al cielo es el abismo, la condenación, la infelicidad, el infierno, el pecado, la Tierra.

Felicitamos al Señor Braulio Mejias por tan buen material y esperamos lo puedan compartir con otras personas.  Es muy profundo este asunto de las virtudes porque aunque vamos por buen camino tenemos mucho camino por recorrer y todavía estamos comenzando nuestro caminar. Nos hemos propuesto una meta de alcanzar la santidad en el diario vivir pero hay mucho trabajo por delante solo no podremos y tenemos que pedir la ayuda de Dios y desearlo con todo el corazón para que la gloria de Dios así se manifieste. Amen.

Un abrazo fraternal,

Pedro E. Torres Cartagena
Madrugador de María
Cayey, Puerto Rico

domingo, 13 de noviembre de 2011

Resumen Madrugada del 12 de septiembre del 2011

(Gurabo) Este pasado sábado 12 de noviembre del 2011 fuimos convocados por nuestra Mater la Virgen María veintidós madrugadores a la adoración y alabanza de nuestro creador, señor y salvador Jesucristo.   Entre los convocados  hubo representación de cuatro comunidades del sur de la isla, Ponce,  Cayey, Guavate y Gurabo.  En una solemne y humilde reverencia a Dios todopoderoso invocamos la presencia  del espíritu santo y compartimos la liturgia de la palabra; con lecturas del libro de la Sabiduría (18, 14-16; 19, 6-9), Salmo Responsorial Salmo 104 y el santo Evangelio según san Lucas (18, 1-8). Luego de compartir y reflexionar en las lecturas.  Se nos delito con una charla acerca de San José, patrono de los madrugadores.

Esta charla fue subministrada por nuestro madrugador de Guavate  José Ramón Santiago “Ramoncito” quien trabaja para ser candidato al diaconado. En su mensaje Ramoncito nos hablo del rol de San José como patrono de la iglesia, por sus virtudes como el santo del silencio. 

San Pablo nos dice que Jesús se hizo en todo semejante a los hombres (Fil 2, 7). Esta semejanza real, excepto en el pecado, nos descubre a Jesús con todas las necesidades materiales, afectivas y sicológicas que tiene cualquier persona, entre ellas, la de tener un padre, un protector, un amigo, una figura masculina que le sirviera de modelo. Para todo ello Dios escogió a San José.

No contamos con las palabras exactas de la charla pero hemos publicado estos pasajes de una hermosa biografía de San José donde nos describe con detalles acerca de su persona y sus virtudes extraído del portal de Catolic.net biografía de San José por su cooperador Reverendo Padre Jesús Martí Ballester.

En la iglesia católica celebramos la fiesta de San José el 19 de marzo, los teólogos han tardado muchos siglos en caer en la cuenta de la figura ingente de San José. Los teólogos absorbidos y preocupados por las controversias, en sus estudios trinitarios, cristológicos y mariológicos, apenas repararon en el papel excepcional del humilde carpintero de Nazaret: "Nunca- escribe Marceliano Llamera en el prólogo a la "Teología de San José" de su hermano Bonifacio- las intuiciones cordiales han llevado tanta delantera a la teología como en el caso de San José. La especulación católica, entretenida con Jesús y María, tardó mucho en reparar en el humilde Patriarca. Era ya el siglo XVI, y en los conventitos teresianos se sabía más de San José que en las aulas de Salamanca y de Alcalá. Santa Teresa sabía más de San José que Báñez pero, al fin, ha de ser Báñez quien dé la razón a santa Teresa para que se reconozca que la tiene. Una vez un sacerdote le preguntó a una viejecita excepcionalmente devota del santo Patriarca por qué lo era tan devota al santo, y le contestó: ¿No ve usted que lleva al Niño Jesús en sus brazos?". 

En las doctrinas de Santo Tomas, es doctrina del Angélico que cuanto más una cosa se aproxima a la causa que la ha producido más participa de su influencia. Ninguna criatura, excepto Jesús y María, se ha aproximado más a Dios que san José, pues, en la cuestión 29 de la 3ª parte de la suma teológica sostiene que, por su predestinación a esposo de María, entre María y José hubo verdadero matrimonio, siguiendo a san Juan Crisóstomo, San Jerónimo, San Agustín y a san Ambrosio, y como padre virginal de Jesús, por cuyo derecho será él quien le imponga el nombre designado por el ángel, la santidad de san José excede a la de todas las criaturas humanas y angélicas. En efecto, como esposo de María y padre virginal de Jesús, su intimidad con María y con Jesús, le hace vivir envuelto en sacramento permanente de Dios. Conviviendo pues, con el autor de la gracia y con la llena de gracia, ¿hasta dónde alcanzará la gracia, al que, habiendo sido elegido para esposo y padre de las dos criaturas más amadas del Padre celeste, debe también haber recibido los dones que eran requeridos por esa misión delicada y excelsa? 

San José cooperó a la constitución del orden hipostático de modo verdadero y singular, aunque extrínseco, moral y mediato; y su cooperación a la conservación de la unión hipostática, fue directa, inmediata y necesaria, y pertenece al orden de la unión hipostática, no físicamente como la Madre de Dios, pero sí moral y jurídicamente, afirma Bover. Graciosa y plásticamente, el fecundo autor de las alegorías, san Francisco de Sales, comenta: Si una paloma deja caer un dátil en el jardín de san José, y nace una palmera, ¿acaso ésta no pertenece a san José, cuyo es el jardín? El Redentor es realmente de su padre virginal por derecho de accesión. Es una lástima que el Catecismo de la IC no dedique ni un solo párrafo a san José, habiendo sido tan ensalzado por Juan Pablo II en la Exhortación, dedicada al santo Patriarca, en el centenario de la Encíclica de León XIII, "Quamquam pluries". 

La doctrina más reciente sobre san José es la de Juan pablo II, en su Exhortación Apostólica "Redemptoris Custos" de 15 de agosto 1989, que hace derivar toda la grandeza de san José del evangelio de Mt 1, 20: "José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer, porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados". En estas palabras se halla el núcleo central de la verdad bíblica sobre san José. Admirables debieron de ser las virtudes escondidas del padre de Jesús, la humildad y la obediencia, testificada en las palabras del evangelio: "José hizo lo que el ángel le había mandado y tomó consigo a su mujer" (ib 24). La tomó con todo el misterio de su maternidad; la tomó junto con el hijo, que llegaría al mundo por obra del Espíritu Santo. Admirable disponibilidad, y entrega absoluta al designio divino, que pide el servicio de su paternidad, para que, como en el principio de la humanidad, exista, ante la humanidad nueva, también una pareja, que constituya el vértice desde el cual se difunda la santidad a toda la tierra. 

"Con la potestad paterna sobre Jesús, Dios ha otorgado también a José el amor correspondiente, aquel amor que tiene su fuente en el Padre, "de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra" (Ef 3,15) (Rm 8). Indescriptible nos resulta a los humanos la manifestación del amor y la ternura, la atención y la constante solicitud afectuosa de José con aquellas criaturas inefablemente amadas misterios de la circuncisión, con José cumpliendo su derecho y su deber de padre, "le pondrás por nombre Jesús"; de la presentación en el templo: "Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él" (Lc 2,30); de la huida a Egipto: "toma al niño y a su madre y huye a Egipto"; de Jesús en el templo: "Tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando" (Lc 2,48). "Jesús era, según se creía, hijo de José" (Lc 3,23). En realidad así se pensaba en su entorno social. el misterio de la vida oculta de Nazaret, donde José ve crecer al niño en edad, en sabiduría y en gracia. El misterio del cuidado de Jesús, criarle, alimentarle, trabajar para él, vestirle y educarle. Y viendo cómo ese niño, que es su hijo, que es su dios, y cómo su esposa, más santa que él, le obedecen a él y se le confían, y oran juntos, y juntos van a la sinagoga, y juntos pasean y se distraen y juntos trabajan. y juntos aman, y juntos viven y juntos redimen al mundo. ¡Qué maravilla y cuánto amor! Juan Pablo II, en la "Redemptoris Custos", al señalar el clima de profunda contemplación en que vivía san José, dice: "Esto explica por qué santa Teresa de Jesús, la gran reformadora del Carmelo contemplativo, se hizo promotora de la renovación del culto a san José en la cristiandad occidental".

Como María fue elegida madre del redentor, José lo fue para ser su esposo y padre legal de Jesús. 

Jesús es hijo de David, porque José, su padre legal y María, su madre, son descendientes del rey David: “Ve y dile a mi siervo David: estableceré después de tí a un descendiente tuyo, un hijo de tus entrañas y consolidaré tu reino” (2 sam 7,4). Como María recibió una anunciación por la cual se le notificaba que iba a ser Madre de Dios, José también tuvo su anunciación en la que se le anunciaba que iba a ser el padre legal del hijo de Dios, e hijo de María, su esposa, a quienes tendrá que cuidar, alimentar, proteger, defender, con quienes convivirá y acompañará. En el momento más amargo de su vida, cuando está dispuesto a dejar a María al verla encinta, le dice el Ángel: "José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre, Jesús, porque él salvará al pueblo de sus pecados" (Mt 1,16). Al ser la imposición del nombre derecho del padre, el Ángel está afirmando la paternidad de José. Sin esperarlo, se ve inmerso en la familia trinitaria. Como Abraham, a quien se le pidió el sacrificio de su hijo, José estaba dispuesto a dejar a su esposa María, que era como morir en vida: “Al encontrarse con el Dios que da vida a los muertos, y llama a la existencia lo que no existe, Abraham creyó” (Rom 4,13).

Aunque la imaginería se empeñó equivocadamente en representarnos a un hombre anciano para dejar a salvo la virginidad de María, la realidad fue más hermosa, porque José era un joven fuerte y lleno de vida, que amaba profundamente a su novia María. Con una gran delicadeza y ternura, y con gran sentido de responsabilidad, acató por la fe los caminos de Dios. El anuncio de su vocación le causó una alegría inmensa. Y comprendió la gran confianza que depositaba el padre al elegirlo padre de su hijo, asociándolo al orden hipostático, y se entregó totalmente a la misión que le confiaba y pondrá todas sus fuerzas al servicio de Jesús y de María. Trabajará y sufrirá, pero también gozará. Recibirá las humillaciones de Belén, cuando no le quieran dar posada, y sufrirá más por María y el niño que viene, que por él buscará la gruta para que María pueda dar a luz. La limpiará, buscará la comida, leña para el fuego y luz para iluminar la cueva oscura. 

Él será el primero en ver al hijo de Dios, niño recién nacido; en oir sus llantos. Su noble y sensible corazón se sobrecogerá contemplando la pobreza con que viene al mundo el Hijo de Dios y su hijo. Jesús, como todos los niños, tiene que aprender a caminar, a hablar, a leer, a recitar los textos de la Escritura, el “Schema, Israel”, fijándose en los ojos de su padre. y después, Egipto. Como Abraham: “Sal de tu tierra y de la casa de tu padre”. Huída rápida para salvar al niño. Tiene que exiliarse. País desconocido, lengua extraña, tierra idólatra, sin medios, buscando el modo de ganar la vida. Muere Herodes. Y el ángel le anuncia que ha muerto el que quería matar al niño. Y vuelta a su tierra. Pero al enterarse que en Judea reinaba Arquelao, hijo de Herodes, creyó que estaría más seguro en Galilea, y se encaminó a Nazaret. Siempre peregrinando y sin ninguna comodidad. Ve crecer al niño. Ya se lo lleva al taller. Le enseña a manejar las herramientas. A cortar los troncos, a trabajar la madera. A coger el martillo. Hace puertas, ensambla yugos y arados, pule taburetes y encaja ventanas. También trabaja la huerta, y está al servicio de todos, y a veces tiene que discutir su jornal. Es pobre, pero justo. Se suda en el pequeño taller. 

José educa a Jesús, que va creciendo. José le va enseñando la belleza de los campos, las higueras que apuntan sus brotes en la primavera, las vides con sus pámpanos y racimos. Le explica la necesidad de la poda para que den uvas, le muestra las ovejas en el ganado, y las que se escapan, la belleza de los lirios del campo, la cizaña en el trigo, la semilla sembrada en la tierra, el aspecto del cielo, si rojo, o azul, si raso o con nubes. El peligro de la tormenta, la gallina y los polluelos. Lo que después improvisará en sus parábolas y predicación, se lo enseñó su padre. “Les estaba sujeto”. Es decir, no hacía nada sin contar con sus padres. Con deferencia respetuosa, con sencillez y docilidad. Jesús ama a su padre. ¡y cómo ama José a Jesús! "Por el paterno amor con que abrazasteis al niño Jesús", escribió el papa León XIII, expresando el inmenso cariño y ternura de José por su hijo Jesús. Jesús va a la sinagoga cogido de la mano de su padre. Jesús ora en familia con José y María. Dice de su padre santa Teresa del Niño Jesús, que bastaba verle rezar para saber cómo rezan los santos. ¡qué sería ver rezar a José, el más santo de los santos! La vida de José es una vida de oración y de trabajo, de hogar y de amor, de austeridad y de pobreza, pero de alegría inmensa como consecuencia de la profundidad de su vida interior y de saberse entregado por completo al primer hogar cristiano, semilla de la Iglesia, de la cual es también Patrono. "Proteged a la Iglesia santa de Dios, la preciosa herencia de Jesucristo". El papa Sixto IV decretó en 1480 la fiesta de san José.

"Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua. Cuando Jesús tuvo doce años, subieron a la fiesta según la costumbre" (lc 2,41). La caravana ha partido de la fuente de Nazaret y su alma de niño ha comenzado a estremecerse al comenzar el viaje. Un muchacho en Oriente, a su edad, es tan maduro como uno de 16 ó 20 en occidente. Los caminos de Jerusalén estaban atestados de gente, que caminaba a pie, o a caballo de asnos y de camellos. El polvo subía al aire y se esparcía por los campos, por los olivos verdes, por las alquerías cúbicas. La gente cantaba salmos. Al borde de los caminos los comerciantes vendían frutas y pan. En las alforjas sonaban los timbales y los platillos. En una de esas caravanas va Jesús de 12 años. A los 13 quedará constituido miembro de pleno derecho del pueblo sacerdotal nunca un niño se ha parecido tanto a su madre. Cuanto más iba creciendo, más se le parecía. Cuando sea un adulto, toda su naturaleza humana reflejada en su cuerpo, en actitudes, biológicas y espirituales, será el puro espejo de su Madre. Sólo su cuerpo, sus cromosomas y genes, son los que han formado aquella naturaleza bella y armoniosa que le hacía el propio retrato de su madre. Sus mismos ojos profundos, sus mismas manos. Sus gestos idénticos. Jesús observa con mirada penetrante. Jerusalén es una ciudad en fiestas. Cuando entra en el templo y ve que la sangre de los corderos viene corriendo desde el altar de los holocaustos, experimenta una inmensa emoción.  Aquellos miles de corderos degollados, le representan a él... ¡qué momento más intenso! Nunca en la historia un muchacho ha sentido una conmoción como la suya. María, que conocía como nadie la intimidad de su hijo, le observaba, extasiado en Dios, su Padre, su vida, su amor. A las tres de la tarde comenzó el sacrificio vespertino. A Jesús le saltaba el corazón en el pecho adorable. Contemplaba por primera vez el cortejo de los oficiantes dispuestos a sacrificar los corderos. Vio al sacerdote con el cuchillo en la mano, hundirlo en el cuello del cordero. Vio correr la sangre y derramarla los sacerdotes sobre el altar. El amor le subía en oleadas por su ser entero. No se queda en el templo por casualidad, sino que su alma hambrienta lo necesitaba. Ni sus padres habían descubierto el terremoto espiritual producido en la conciencia humana de su hijo. 

"Y cuando terminaron, se volvieron; pero el Niño Jesús se quedó en Jerusalén sin que lo supieran sus padres. Estos, creyendo que estaba en la caravana, caminaron una jornada, y se pusieron a buscarlo entre los parientes y los conocidos; al no encontrarlo se volvieron a Jerusalén en su busca". Miles de peregrinos van saliendo de Jerusalén. Hombres por un lado, mujeres por otro y los niños, con unos o con otros. Los caminos se llenaban de gente; las caravanas se mezclaban cuando se reunieron para el descanso, Jesús no apareció. José y María fueron preguntando a parientes y conocidos, alarmándose progresivamente. ¡Nadie había visto al niño durante todo el camino! Desolación hay que volver a Jerusalén, aquella misma noche. En Jerusalén preguntan en la casa donde habían comido el cordero pascual, entre conocidos y amigos. Cuando María ve a un muchacho, se sobresalta. en su alma se ha desatado un huracán de angustia y dolor: "una espada de dolor te atravesará el corazón". 

¿A dónde te escondiste, Amado, 
y me dejaste con gemido?...
como el ciervo huiste 
habiéndome herido 
salí tras tí clamando 
y eras ido...

Después de tres días de busca y de agonía, lo encontraron por fin, en el templo. Los rabinos que comentaban las Escrituras los días festivos, ofrecían la oportunidad a los forasteros de que les escucharan en estas ocasiones. Era como un cursillo o unos ejercicios espirituales.

"Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados" (lc 2,41). La palabra padre en labios de María, tiene una significación plena en el orden espiritual, moral y afectivo. María le da la preferencia a José. Le honra, le pone delante. Ni en el orden ontológico ni el de la santidad le corresponde esa preferencia, pero sí en el orden jurídico familiar y social. la frase "nos has tratado así", indica la unión de corazones; José es verdadero esposo de María y está unido a ella en el dolor. Como hay unión de corazones, sufren juntos por la pérdida y separación de Jesús. 

Cuando perdemos a Jesús, sufrimos. Me diréis que hay muchas personas que están apartadas de Dios y no sufren por ello. Sí que sufren, aunque no se dan cuenta puede uno no darse cuenta de que está tragando veneno, pero se envenena sin darse cuenta. Dicen que el sida puede estar latente en un organismo durante años. Cuando se quebrantan los mandamientos se produce un desequilibrio, un desquiciamiento de la persona. se da la esquizofrenia, que consiste en la disociación del deber y del hacer. Los mandatos de Dios no son arbitrarios. El sabe lo que nos conviene y lo que nos daña. Por eso manda lo que nos conviene y prohíbe lo que nos daña. La ausencia, la pérdida de Jesús causa dolor, angustia: "te buscábamos angustiados". El amor espiritual es más fuerte que el natural. "Los amores de la tierra le tienen usurpado el nombre" al amor, dice santa Teresa. "El que ama con amor espiritual, dice san Juan de Ávila, necesitaría dos corazones: uno de carne para amar; otro de hierro para recibir los golpes por la pérdida de los hijos espirituales”. El corazón de María estaba ya desbordado de amargura cuando prorrumpe en estas palabras de queja, reprensión cariñosa y respetuosa. ¿Por qué nos has tratado así, a los dos? unidos en la misma duda. Y unidos en la misma acción: "te buscábamos angustiados". José y María, como Abraham, tienen que recibir la herida dolorosísima de la separación del hijo: "¿por qué me buscabais? ¿no sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?". -¿qué dice? ¿qué lenguaje es éste?- este Jesús no es el Jesús que ellos conocían. Jesús ha marcado una línea clara de separación. Se les exige el desprendimiento total. La noche del espíritu, que María vivirá en el Calvario, se le adelanta a José en este momento. La colaboración de José a la redención alcanza ahora mismo un nuevo dolor. Y así fue en toda su vida. En el viaje a Belén, en la noche del nacimiento, en el día de la presentación en el templo, en la huída a Egipto, ante la profecía de Simeón, en Nazaret, en el templo con los doctores. 

Dios creó el mundo hermoso para dárselo al hombre, al que quiere feliz con él y para siempre. Los hombres no acaban de conocer cuánto les ama Dios y buscando ser felices se hacen más esclavos. El hombre pecó y sigue pecando. Y se esclavizó. Se han hecho un dios a la medida de sus deseos, dirá Nietzche: "si es verdad que Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza, le salió bien, porque el hombre ha hecho a Dios a su imagen y semejanza". Los hombres hacen Dios lo que desean que sea su Dios, el becerro de oro, o el dinero de plástico, o el sexo, o el poder, o la vanidad, o todo a la vez. Pero Dios sigue buscando a ese hombre que se ha perdido. Jesús deseaba ya derramar su sangre, viendo la sangre profética en el templo para comprar el encuentro de los hombres, y como José y María seguirá buscando... Cuando hemos perdido la cartera, el carnet, o el pasaporte, los buscamos con desespero. Me acuerdo de aquellos padres del niño autista perdido en los Pirineos, buscando angustiados a su hijo. Y de tantos otros… Jesús, encarnación del amor del Padre, explicó tres parábolas de búsqueda: una mujer perdió una moneda. Cosa inanimada. Un pastor perdió una oveja, animal desprovisto del instinto de orientación, de entre cien que tenía. Y la de la conversión. El padre no busca al hijo, sino espera que actúe su razón y su amor. Y le ofrece su casa, su abrazo y su amor. Amor que busca, que perdona, que crea. Esa es su alegría. La alegría del encuentro, que es evidente en las tres. 

Conocemos el proceso del huido: mucho dinero, muchos amigos. Gastos fastuosos, derroche de sus facultades, de su afectividad, de su sueño, se le apodera la pereza, va perdiendo la ilusión para los deberes serios, comienzan a mermar sus caudales, empiezan a desfilar los amigos falsos, que no le encuentran ya tan manirroto. En el fondo cada día menos alegría, se ensombrece su rostro, se acaba su campechanía y su capacidad de desenfado. Pasa hambre, va a cuidar cerdos, y no le dejan hartarse de bellotas como ellos. Y de pronto, piensa en su padre, en su casa, en sus criados que comen pan y él ni siquiera bellotas. ¿Qué hará su padre si él regresa a casa? ¿qué dirá la gente, si él, que se marchó con tanta fanfarronería y altivez, regresa humillado y roto, empobrecido y mugriento? pero, el hambre y la miseria son ya tan grandes, que pasa por todo: "me pondré en camino a donde está mi padre, reconoceré que he pecado" (lc 15,1) y le diré que disponga de mí como de un criado en su casa, a su lado, junto a él. Jesús está revelando el corazón del padre. "Cuando aún estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió, y echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo". Profundos sollozos de alegría, vestido nuevo y anillo de bodas en el dedo, sandalias sin estrenar, sacrificio del ternero más gordo, y el banquete. Para llegar a descubrir la revelación de la misericordia de Dios hace falta una larga evolución espiritual, a través de muchos acontecimientos dolorosos y muchas desilusiones amarguras y fracasos.

Dios tiene el corazón en un puño cuando a alguno de sus hijos le envuelve el pecado. Se ha perdido. es como el pastor que cuenta las ovejas, 97, 98, 99, ¿y la 100? sufre porque sabe que ella sufre. Dios sufre porque sabe que el pecador es ese hijo que pasa hambre, que lo ha perdido todo, menos su dignidad de hombre y de hijo. Y el padre es fiel. Lo busca, envía sus profetas, sus sacerdotes, en busca de la oveja perdida. "Las ovejas que me ha dado mi padre nadie las arrebatará de mi mano". Los 90 millones de niños que son destrozados en el seno de sus madres, los miles de niños víctimas de la prostitución infantil, del asesinato en las calles, “los meninos da rua”, los enfermos del sida, los drogadictos, los esclavos de la inmoralidad y de la droga del sexo, las víctimas de todas las guerras de la historia, los esclavizados por el orgullo y la soberbia, por la envidia que les carcome las entrañas... El terrorismo, la delincuencia juvenil, la inseguridad ciudadana: el hombre de nuestro tiempo está sometido como en ninguna otra época a enormes tensiones que ponen en peligro su equilibrio psicológico. La higiene acabó con las pestes; las vacunas con las enfermedades contagiosas; la técnica con la servidumbre del trabajo físico. Pero el nuevo estilo de vida propiciado por la revolución industrial, ha hecho del hombre moderno un pelele vulnerable y desmadejado, en manos de esos invisibles agresores que son la ansiedad, la depresión, la esquizofrenia. Hoy que el mundo está loco, hace falta como en ningún otro tiempo un momento de reflexión para el cultivo del espíritu. Dios lo busca. Dios los quiere liberar, pacificar, que se reúnan en su familia, que pertenezcan al reino suyo de paz y amor no quiere que sean niños perdidos. Y los busca. Busca a Adán, ¿dónde estás? busca a Caín, ¿qué has hecho con tu hermano? 

La paternidad de José va más allá de la de todos los padres terrenales, aún sin ser su filiación carnal, ya que en él se refleja la paternidad de Dios mismo constituyéndolo en cabeza de la familia con un corazón a la medida del hijo de Dios y de su madre María. Así pues, Dios dio a María a José por esposo no sólo para su apoyo en la vida sino para hacerlo participar del sagrado vínculo del matrimonio. la familia santa de Nazaret trabaja, cumpliendo el mandato del creador: "comerás del fruto de tu trabajo"; allí la fecundidad es mirada y valorada como bendición del señor: "tu mujer como parra fecunda; tus hijos como brotes de olivo, alrededor de tu mesa. donde Dios derrama su bendición: "que el Señor te bendiga y veas la prosperidad de Jerusalén todos los días de tu vida" (sal 127). Cuando ya no era tan necesario, por ser Jesús adulto y capaz de proteger a su madre, José, se sintió cansado con un cansancio que hasta entonces no conocía, agotada su vida en el taller, sintió frío y Jesús y María, alarmados y llenos de pena, corrieron a su lado y asistido por ellos cuidadosamente y con inmenso cariño, murió en la paz de Dios. Jesús, que lloró con tanta emoción ante el sepulcro de Lázaro, ¿cómo lloraría al morir su padre, a quien tanto amaba? Y las lágrimas de su esposa María, se unieron a las de su Hijo, porque se les iba el esposo y el padre, compañero de la peregrinación. Por eso, por el consuelo que tuvo al morir en brazos de su hijo y de su esposa, es el patrono de los agonizantes. Jesús, José y María, asistidnos en nuestra última agonía. Vio la siembra y supo que se acercaba la cosecha, que no pudo ver.

Santa Teresa experimentó la eficacia de la intercesión de san José y "se hizo promotora de su devoción en la cristiandad occidental" y, principalmente, quiere que lo tomemos como maestro de oración. José, padre de Jesús, que entregó al Redentor su juventud, su castidad limpia, su santidad, su silencio y su acción, puede hacer suyo el Sal 88: "El me invocará: tú eres mi padre, mi Dios, mi roca salvadora". 

San José nos enseña que lo importante no es realizar grandes cosas, sino hacer bien la tarea que corresponde a cada uno. "Dios no necesita nuestras obras, sino nuestro amor" dice Santa Teresa del Niño Jesús. La grandeza de san José reside en la sencillez de su vida: la vida de un obrero manual de una pequeña aldea de galilea que gana el sustento para sí y los suyos con el esfuerzo de cada día; la vida de un hombre que, con su ejemplaridad y su amor abnegado, presidió una familia en la que el Mesías crecía en edad, en sabiduría y en gracia ante Dios y los hombres (lc 2,52). No consta que san José hiciera nada extraordinario, pero sí sabemos que fue un eslabón fundamental en la historia de la salvación de la humanidad. La realización del plan divino de salvación discurre por el cauce de la historia humana a través, a veces, de figuras señeras como Abraham, Moisés, David, Isaías, Pablo; o de hombres sencillos como el humilde carpintero de Nazaret. Lo que importa ante Dios es la fe y el amor con que cada cual teje el tapiz de su vida en la urdimbre de sus ocupaciones normales y corrientes. Dios no nos preguntará si hicimos grandes obras, sino si hicimos bien y con amor la tarea que debíamos hacer. El evangelio apenas si nos dice nada de san José. Poquísimo nos dice de su vida, y nada de su muerte, que debió de ocurrir en Nazaret poco antes de la vida pública de Jesús. Sólo Mateo escribe de José una lacónica frase que resume su santidad: “Era un hombre justo”. Acostumbrados a tanto superlativo, esta palabra tan corta nos dice muy poco a nosotros, tan barrocos. Pero a un israelita decía mucho. La palabra "justo” ciñe como una aureola el nombre de José como los nombres de Abel (He 11,4), de Noé (Gn 6,9), de Tobías (Tb 7,6), de Zacarías e Isabel (Lc 1,6), de Juan Bautista (Mc 6,20), y del mismo Jesús (lc 23,47). “Justo”, en lenguaje bíblico, designa al hombre bueno en quien Dios se complace. El Salmo 91,13 dice que “El justo florece como la palmera”. La esbelta y elegante palmera, tan común en oriente, es una bella imagen de la misión de san José. Así como la palmera ofrece al beduino su sombra protectora y sus dátiles, así se alza san José en la santa casa de Nazaret ofreciendo amparo y sustento a sus dos amores: Jesús y María. 

La santidad de José consiste en la heroicidad del monótono quehacer diario. Sin llamar la atención, cumplió el programa de quien es "justo” con Dios mediante el fiel cumplimiento de las virtudes teologales de fe, esperanza y caridad; y con el prójimo por medio de su apertura constante al servicio de los demás. Como se construye la casa ladrillo a ladrillo, el edificio de la santidad se va realizando minuto a minuto, haciendo lo que Dios quiere. “San José es la prueba de que, para ser bueno y auténtico seguidor de Cristo, no es necesario hacer "grandes cosas", sino practicar las virtudes humanas, sencillas, pero verdaderas y auténticas” (Pablo VI). 

José es conocido como el santo del silencio, en él se encuentra un silencio de apocamiento, de complejo, de timidez. El silencio de José es el silencio respetuoso y asombrado, que escucha a los demás, que mide prudentemente sus palabras. Es el silencio necesario para encauzar la vida hacia dentro, para meditar y conocer la voluntad de Dios. José es el santo que trabaja y ora. Trabajar bajo la mirada de Dios no estorba la tarea, sino que ayuda a hacerla con mayor perfección. Mientras manejaba la garlopa y la sierra, su corazón estaba unido a Dios, que tan cerca tenía en su mismo taller. Una mujer santa decía a sus compañeras de fábrica: "Las manos en el trabajo, y el corazón en Dios”. El humilde carpintero de Nazaret fue proclamado por Pío IX Patrono de la iglesia universal, y Custodio del Redentor por Juan Pablo II. Es muy coherente que el cabeza de la sagrada familia sea el protector y el custodio de la Iglesia, la gran familia de Dios extendida por toda la tierra. 

En otro tema, este próximo febrero del 2012 los madrugadores de Manatí estarán celebrando su tercer aniversario y quieren por este medio invitar a todos los madrugadores de Puerto Rico a que celebren junto a ellos su tercer aniversario.  Por los últimos dos años los madrugadores de Manatí han adoptado un apostolado en servicio del prójimo deambulante de Manatí, alimentando y proveyendo a la necesidad de esta comunidad y ahora que su tercer aniversario esta a la vuelta de la esquina desean vivamente añadir  otro apostolado donde estarán apoyando económicamente a un convento de monjitas de clausuras en este municipio.  Gran noticia!

Pongamos en nuestras oraciones a los madrugadores de Manatí para que todos sus proyectos se logren y sean inspiracion para nosotros y glorifiquen el nombre de Dios todopoderoso, porque para el debe ser todo poder, gloria y alabanza. 


Un abrazo fraternal,


Pedro E. Torres Cartagena
Madrugador de María
Cayey, Puerto Rico

domingo, 6 de noviembre de 2011

Nacen los Madrugadores en Santo Domingo Republica Dominicana

Apreciados Amigos Madrugadores

Deseamos agradecer a nuestra Santísima Virgen María las bendiciones recibidas en esta misión al apadrinar la Primera Madrugada en Santo Domingo, en la Parroquia San Agustín.

Desde nuestra llegada el jueves 3 en la noche nos han recibido con atenciones tras atenciones las familias de nuestra Iglesia quienes nos alojaron y alimentaron tanto física como espiritualmente. 

Tanto el Sacerdote como los feligreses nos han acogido demostrando su alegría a nuestra presencia. Hicimos este viaje capitaneados por nuestro Monchito siempre con la esperanza de poder realizar la madrugada con por lo menos diez a quince madrugadores, pero nos hemos quedado boquiabiertos cuando recibimos treinta madrugadores.

Nuestras bendiciones no quedaron ahí, las gracias de nuestra Madre han sido tan maravillosas que tuvimos la oportunidad de visitar El Santuario de la Victoria, en la Parroquia del Divino Niño y el Seminario Mayor. En este último nos expresaron su deseo de organizar un nuevo grupo de Madrugadores. Con estas bendiciones tenemos que estar convencidos que nuestra Mater nos tiene una hermosa misión que tendremos que mantener cultivando en Santo Domingo.

Como mencionamos anteriormente y en nuestro viaje de regreso, nuestros corazones se regocijaron con mucha  alegría. Damos gracias primero a Dios Padre, luego a nuestra Madre por las bendiciones recibidas y agradecemos a Monchito por su deseo de servir a nuestra Iglesia a través de la corriente de vida de los Madrugadores. 

Recordamos a nuestros madrugadores que nuestra madrugada en noviembre es el sábado 19 a las 6:30 am.

Bendiciones para todos.  

Ojeda

sábado, 5 de noviembre de 2011

Resumen Madrugada en Guavate 5 de novienbre del 2011

(Cayey) - En este maravilloso día del Señor, sábado 5 de noviembre del 2011 fuimos convocados por nuestra Mater dieciséis madrugadores para adorar y alabar el santo nombre de nuestro salvador Jesucristo. Al mismo tiempo Santa Terecita de Ponce, la Parroquia San Agustin en Santo Domingo, ciudad capital de la Rep. Dominicana y Manatí compartimos la misma experiencia y bendiciones.



¡Señor, somos hombres pobres que necesitamos todo de Ti! Nuestro apego a lo pasajero, nuestra soberbia y autosuficiencia nos alejan fácilmente del camino a la santidad. Ven e ilumina esta meditación para que sea la fuerza que nos lleve a ponerte, ¡siempre!, como Rey y Señor de mi vida. 



Señor, permite que sepamos crecer en la humildad, para poder crecer en el amor. Porque Jesucristo “conoce vuestros corazones”, nos advierte de tres peligros muy sutiles que pueden aparecer en la vida espiritual diaria. 

“El que es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho”. La ley del amor, que es la que Cristo ha venido a traer al mundo, es la del amor sin medida. En el amor no hay mucho ni poco, o se ama o no se ama. Puede ser que las consecuencias de un acto hecho sin amor sean pequeñas o grandes pero cuando se ha faltado al amor se ha dejado de amar en ese acto concreto. 

Si no sabemos usar correctamente las riquezas injustas y ajenas, todo lo material que es externo a nosotros y por lo tanto no nos pertenece con totalidad, mucho menos seremos capaces de manejar con corrección las riquezas verdaderas y propias, que son las cosas espirituales que en verdad son propias de cada hombre. Del mismo modo quien no ama a los hombres a quienes ve, no puede decir que ama a Dios a quien no ve; si no somos ordenados y justos con las cosas materiales, que vemos, menos lo seremos en las cosas espirituales, que no se ven. 

“No podemos servir a Dios y al dinero”. El dinero representa el interés humano. Nuestro corazón desea hacer el bien, pero ¿lo hacemos para servir a Dios o a nosotros mismos? Cuando nos ocurre una desgracia fácilmente nos preguntamos: “¿por qué a mí?” ¿No será que durante los momentos de tranquilidad hemos sido buenos por inercia, pero no por amor a Dios, de tal manera que cuando su voluntad contradice la nuestra ya no somos generosos? 

Nos dice nuestro Santo Padre Benedicto XVI, en su mensaje del 23 de septiembre de 2007. En verdad, la vida es siempre una opción: entre honradez e injusticia, entre fidelidad e infidelidad, entre egoísmo y altruismo, entre bien y mal. Es incisiva y perentoria la conclusión del pasaje evangélico: "Ningún siervo puede servir a dos amos: porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo". En definitiva —dice Jesús— hay que decidirse: "No podéis servir a Dios y al dinero" (Lc 16, 13). La palabra que usa para decir dinero "mammona" es de origen fenicio y evoca seguridad económica y éxito en los negocios. Podríamos decir que la riqueza se presenta como el ídolo al que se sacrifica todo con tal de lograr el éxito material; así, este éxito económico se convierte en el verdadero dios de una persona. 



Por consiguiente, es necesaria una decisión fundamental para elegir entre Dios y "mammona"; es preciso elegir entre la lógica del lucro como criterio último de nuestra actividad y la lógica del compartir y de la solidaridad. Cuando prevalece la lógica del lucro, aumenta la desproporción entre pobres y ricos, así como una explotación dañina del planeta. Por el contrario, cuando prevalece la lógica del compartir y de la solidaridad, se puede corregir la ruta y orientarla hacia un desarrollo equitativo, para el bien común de todos. 

Que sea nuestro propósito para esta semana pensar que lo importante y lo que vale no es lo material. Que nuestros tesoros, lo encontramos en nuestros corazones.

Un abrazo fraternal,

Pedro E. Torres Cartagena
Madrugador de María

 Cayey, Puerto Rico